domingo, 26 de agosto de 2007

Gracias


Tu nombre era Piedad, pero todos te llamábamos Pi (o Pedoz, Pirula, Piedata, Piedatella, Piruloide...) Eras mucho más que una madre y una abuela, más que una profesora, más que una escritora, y más que una mala cocinera. Simplemente eras Pi, no hay mejor forma de describirte.

No olvidaré cómo te gustaba el café con leche, los cacahuetes, y los melocotones de Toro; cómo sentada en tu mesa escribías sonetos, leías el periódico, libros que trataban sobre ovnis y el más allá, veías en la tele a todo volumen películas de romanos, o escuchabas la radio. Tampoco olvidaré lo burra que eras a veces, pero siempre muy divertida e independiente. Tu recuerdo siempre consigue hacerme sonreir.

Gran parte de los ratos más felices de mi infancia han sido los sábados en tu casa, cuando íbamos tus cuatro nietas a dormir y sacábamos todos tus camisones y nos disfrazábamos. Después nos dabas de cenar "chori del bueno", jamón, palomitas, patatas y huevos fritos, cortezas y chocolate. No era una dieta muy equilibrada, pero sabías que nos gustaba. A la mañana siguiente, en el desayuno, hasta que no nos acabábamos la caja de cereales no te quedabas tranquila, porque "Hijas, os tenéis que alimentar". Eso sí, de cocinar no tenías ni idea; hasta que tuviste microondas siempre se te iba la leche del cazo y olía a quemado todo el portal.

Guardaré en mi memoria esos ratos que hemos vivido tú yo juntas; cuando bailábamos un vals o un pasodoble, los cuentos que inventaste para nosotras (como el País de los Colores), cuando me quedaba dormida contigo en tu cama, cuando jugábamos a la mano muerta, o cuando íbamos a comer al chino, a desayunar por ahí, al Corte Inglés, o a tomar algo en la terraza de la Plaza España.

Siempre conseguías subirme la moral cuando la tenía baja, y conseguías incentivarme para superarme a mí misma. Me decías que no dependiera de nadie económicamente, que fuera autosuficiente y que confiara en la gente, pero sin dejarme tomar el pelo. Que las buenas acciones en esta vida tienen su recompensa. Muchas veces, aún hoy, me cuesta seguir tus consejos, pero seguiré intentándolo. Parece que tu última lección ha sido demostrarme que no estoy sola, y que tengo amigos que me apoyan cuando es necesario.

Sin embargo, lo mejor que has hecho por mí ha sido quererme a más no poder, educarme y reñirme cuando era necesario. Me lo has dado todo, tanto materialmente como personalmente. Conmigo, has realizado funciones que no te tocaban, y las hiciste muy bien y a gusto, a pesar de los muchos problemas y disgustos que te he causado. Me alegra haberte podido dar mi último regalo, mi carrera. Siempre me decías "Mi nieta, licenciada", y cuando te dije que había acabado la Universidad, me sonreíste, estoy segura de que te enteraste, porque tú y yo siempre hemos tenido una conexión especial.

La última temporada has estado enferma, y te teníamos que cuidar. Ahora siento que eres tú la me vuelve a cuidar otra vez, y más que nunca. Me estás guiando y aconsejándome sobre lo que tengo que hacer. Solo puedo decirte una cosa: Gracias Pi. Gracias por todo.

5 comentarios:

Sal dijo...

Magníficos recuerdos. Este donde esté, estará orgullosa de tener una nieta como tu.
Besos.

Pugliesino dijo...

escribo para expresar el silencio.
Admirable gesto Ondina, bellísimas palabras que solo pueden salir del corazón.
Un abrazo!

Pedro dijo...

Solo puedo saludar y darte la razón: Seguro que cuida de ti.


Un saludo,


Pedro.

Tea Girl dijo...

Tuve el honor de conocer a la señora Pi, y, aunque no fuese en su mejor momento, doy fe de que era una mujer excepcional.

Conserva esos bonitos recuerdos siempre.


Un beso dulce

Klover dijo...

No hay mucho que decir, la idea de carlos sobre el silencio me parece bien. Un texto precioso. Un beso